La Guerra Franco-India parece casi inseparable de la conocida novela de James Fenimore Cooper, El último mohicano (1826). Más allá de la leyenda, sin embargo, resuenan los ecos de un conflicto que desencadenó una transformación a gran escala en el mundo atlántico; una guerra que dotó a las colonias británicas de América del Norte de una identidad propia y aceleró el proceso que llevaría, dos décadas después de la firma del Tratado de París (1763) –que sellaba la hegemonía británica a escala global–, al reconocimiento de la independencia de los Estados Unidos por parte británica. Más allá de sus profundas consecuencias, la Guerra Franco-India presentó dinámicas muy distintas a las de las guerras europeas de entonces. El enfrentamiento entre las colonias rivales y los nativos en que se apoyaban fue brutal. La aplicación a la contienda de los paradigmas de la Ilustración era inconcebible en una lucha caracterizada por la devastación de la frontera y una competencia por la tierra que provocó migraciones forzosas masivas. Se trataba, a su vez, de una lucha donde la concepción táctica y estrategia europea carecía de sentido ante las distancias, la geografía agreste y los recursos disponibles. Tanto para los indígenas como para los colonos, la guerra fue un acontecimiento definitorio, un punto de inflexión en su relación con un mundo que cambiaba a gran velocidad.