DF008 Los Diádocos 2ª Ed

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Revista bimestral de Historia Política y Militar de la Edad Antigua y Medieval

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“Porque aquellos cuya ambición ni el mar, ni las montañas, ni los inhóspitos desiertos pueden contener, y a cuya codicia ni siquiera son capaces de poner coto las fronteras que separan Europa de Asia, ¿cómo van a contenerse con sus circunstancias presentes sin hacerse daño uno a otro mientras se encuentran en continuo roce y contacto?” (Plutarco, Pirro XII). Así describía elocuentemente Plutarco las continuas guerras desatadas entre los Diádocos, los sucesores de Alejandro Magno, por el reparto del imperio que este conquistó. Desde el Indo hasta la Magna Grecia; esa fue la expansión del horizonte griego que dejó como herencia Alejandro Magno. Según la leyenda, las últimas palabras que este pronunció en su lecho de muerte ante la necesidad de nombrar un sucesor, fueron Krat’eroi (al más fuerte), aunque probablemente dijo “a Crátero”. El dilema supuso el enfrentamiento entre los Diádocos, sucesores que lucharon por su imperio en conflictos sin fin.

Tiempos convulsos: de la muerte de Alejandro a Corupedio, por Ania Myslowska, Universidad Autónoma de Madrid

Los años que siguieron a la muerte de Alejandro iban a demostrar qué destino aguardaba a su imperio, con la sucesión de una serie de luchas por el control del mismo. Los conflictos tuvieron lugar desde el 321 a. C. hasta aproximadamente el 281 a. C., fecha en la que tuvo lugar la batalla de Corupedio. Los generales que lucharon por su imperio fueron llamados Diádocos, (“sucesores”). Realmente sólo dos de ellos querían de verdad conservar el imperio creado por Alejandro, el resto ansiaba crear uno propio.

La legitimación de los sucesores, por José Pascual, Universidad Autónoma de Madrid

El mundo que abandonaba Alejandro era muy diferente del que existía sólo veinticinco años antes. En efecto, la ascensión de Macedonia en la Hélade y la destrucción del Imperio persa habían transformado radicalmente el mapa político de la época e iban a abrir una nueva etapa histórica que llamamos helenística y que habría de perdurar al menos tres siglos. En los decenios que siguieron a la muerte de Alejandro, un puñado de sus antiguos compañeros de armas, verdaderos titanes que sólo la personalidad del Conquistador había velado, darían forma definitiva a este nuevo mundo que ahora comenzaba.

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